Gian Claudio Beccarelli Ferrari
La primogenitura representa un tópico importante de la teología cristiana esencialmente relacionado con la elección divina. También desde el punto de vista profano la primogenitura ha tenido un valor considerable, ya que el primogénito, para evitar que la unidad del patrimonio familiar fuera fragmentada, resultaba el único heredero ya sea del título de nobleza como de los bienes paternos. Hubo un tiempo cuando los hijos menores, llamados «hidalgos», necesariamente tenían que buscar fortuna arriesgándose en la carrera militar o asumiendo la eclesiástica. A lo largo de la Historia de la Salvación, ya desde el Antiguo Testamento, la primogenitura, que conlleva la bendición y el cumplimiento de las promesas divinas, no sigue el ritmo de las leyes naturales, sino que se rige por la soberana libertad de Dios, ya que Él no se deja engañar por las apariencias, sino que conoce el corazón de los hombres, y empiezan, así, a manifestarse que los caminos de Dios son diferentes de los de los hombres.
Desde el comienzo del libro del Génesis se nos ilustra la tragedia por la que Caín, el primogénito de Adán y Eva, mata a Abel, el segundogénito, su propio hermano (cfr. Gn 4,6). Sin embargo, el tema de la primogenitura lo encontramos estudiado en profundidad a partir del nacimiento de los dos gemelos, Esaú y Jacob, hijos de Isaac y de Rebeca. Es un pleito permanente entre los dos, que comienza desde el vientre de la madre. Termina en una inesperada reconciliación, que preanuncia la misión de los hijos de Jacob, que son los elegidos, enviados a reconciliarse con los gentiles. Dijimos que la rivalidad entre Esaú y Jacob, por conseguir la primogenitura, tuvo comienzo desde el seno de su madre. De hecho, nació primero Esaú, pero Jacob tenía agarrado, con su mano, el pie de su hermano. Por eso, el día de su circuncisión, se le llamó Jacob, que significa «el zancadillador» Conseguir la primogenitura, a como diera lugar, fue para Jacob, una obsesión de toda su vida. Desde joven, un día, aprovechando el hambre de Esaú se la compró por un guiso caliente de lentejas. El momento crucial se dio cuando Isaac, ya vejo y ciego, quiso, antes de morir, bendecir a Esaú.
Entonces Jacob, con la complicidad de su madre Rebeca, suplantó, con fraude, a Esaú y se quedó él con la bendición que, legítimamente, le tocaba a su hermano. Luego, cuando Jacob se dio cuenta de cuánto Esaú se había enojado, cobardemente huyó para buscar protección con su tío Labán. Después de casarse con las hijas de Labán, Lía y Raquel, y de tener once hijos, con ellas y con las esclavas de las dos, Dios le ordenó que volviera a la tierra de Canaán. Tuvo miedo a Esaú, del que había oído que venía a su encuentro con cuatrocientos hombres. Acostumbrado, como estaba, a corromper, trató de comprar la benevolencia de su hermano mandándole por delante en regalo manadas de su ganado.
La colindancia del territorio de Labán y el de Esaú era marcada por un arroyo de nombre Yaboc. Allí Jacob mandó por delante a sus criados, todos sus bienes, los hijos, las concubinas y las esposas. Sólo faltaba él. De repente le asaltó el miedo, y, dispuesto a perderlo todo, intentó salvar su vida corriendo hacia atrás. Pero, entonces se dio cuenta que detrás tenía como una pared y que alguien, un Ángel de Dios, peleaba en contra suya para impedirle que huyese. Esa lucha se prolongó durante toda la noche y al amanecer el Ángel de Yahvé con un golpe le dislocó el fémur de la cadera. Entonces Jacob, viéndose debilitado, abrazó al Ángel para que lo bendijera. Éste le dijo: «ya no te llamarás Jacob, porque has experimentado tu debilidad. Te llamarás Israel, porque te apoyarás en Dios. Israel cruzó el vado, y al otro lado lo abrazó Esaú, que no había venido para matarlo sino para festejar su reconciliación» (cfr. Gn 32,1-33,11). Otro momento importante por el que Dios quiso manifestar que su elección se fundamentaba en el conocimiento de los corazones fue la unción del Rey David (cfr. 1S 16,4-13).
Esta historia, prefigurada, de la primogenitura llegó a su meta en la unción de Jesucristo, el Mesías, quien, libremente cedió la precedencia al género humano, por el que se inmoló y por el que obtuvo la plena reconciliación. El Primogénito, por amor a sus hermanos, les regaló la primogenitura.