Gian Claudio Beccarelli Ferrari
El lenguaje humano se desenvuelve a través de muchas expresiones, que abarcan todas las formas posibles de comunicación, y que, en cierto sentido, se fundamentan en la gran variedad de las emociones que percibe nuestro espíritu y que se exteriorizan a través de nuestros miembros corporales. Todas nuestras manifestaciones, que definimos artísticas, constituyen esta plurifacética riqueza comunicativa que nos caracteriza. La voz humana, con la que emitimos las palabras, puede ser modulada mediante el canto en tonos y ritmos tan distintos que nos dejan extasiados. La música, aunque sea solo instrumental, logra transmitir la fineza exponencial de nuestros sentimientos tanto de alegría como de tristeza.
Por su lado la pintura, la escultura, la arquitectura, proyectan el efervescente mundo fantástico que creamos primero en lo hondo de nuestra intimidad y al que luego damos forma real plasmando con nuestras manos toda clase de material que esté a nuestra disposición: barro, madera, tela, metales, piedras preciosas, incluyendo materiales de nuestra propia invención, como es el vidrio, el plástico, la fibra, la plastilina. Desde que avanzamos en la tecnología electrónica se nos amplió vertiginosamente el espacio virtual para dar vida a efectos visuales y auditivos asombrosos, que creíamos imposible de ser alcanzados. De todo esto se nutren hoy en día los espectáculos televisivos y el cine.
Un área especial es la de la literatura. Desde cuando los hombres inventamos la escritura pudimos pasar de una generación a otra nuestro patrimonio cognoscitivo. Escribimos una cantidad, ya incalculable, de obras, libros cortos y largos. Escribimos, fundamentalmente, para dejar en herencia nuestras experiencias personales. Cada autor eligió la modalidad de escribir que se le hacía pedagógicamente más acertada para lograr su objetivo, y así, poco a poco, se diferenciaron los géneros literarios. Tener en cuenta los géneros literarios resulta esencial para poder interpretar correctamente el mensaje que cada autor ha pretendido comunicarnos mediante sus escritos.
La Biblia, que propiamente no es un libro, sino una biblioteca, reúne en su canon libros de distintos géneros literarios, de tal manera que, para entenderla objetivamente, no se puede aplicar un solo criterio de interpretación, porque hay que respetar la índole de cada una de sus composiciones. No es difícil interpretar la Biblia, pero nadie lo puede hacer sin ser totalmente honesto y sin tomar en cuenta la crítica literaria, mediante la cual se puede reconocer el género literario de cada uno de sus textos. Así pasa con toda clase de escritos tanto religiosos como profanos. No se interpretan de la misma manera los poemas que los libros de historia. Se supone que los libros de historia narren la crónica de acontecimientos reales, mientras que los poemas se sirven de un lenguaje metafórico. La Biblia, aunque haya sido inspirada por Dios, comunica el mensaje divino a través del lenguaje humano, acondicionándose al género literario que el autor humano ha querido utilizar como el más apto para conseguir su objetivo.
En la Biblia hay poemas, como son los salmos, el Cantar de los Cantares, y otros cánticos. Hay libros históricos, que, de todos modos no siguen los criterios que de la historia tenemos hoy en día, porque aunque narren acontecimientos reales, lo hacen bajo una perspectiva catequética: eso es para poner en evidencia la fidelidad de Dios para con su pueblo elegido. En la Biblia hallamos también cuentos ficticios, como la trama de cualquier novela, pero su moraleja es acertada y coherente con la verdad que Dios comunica. Como ejemplos de ello podemos recordar los libros de Tobías, Judit y Ester.
También los libros sapienciales constituyen un género literario bíblico: se parecen a textos de índole filosófica y proyectan la ética que amoldaba el comportamiento de la convivencia humana respetuosa de la voluntad de Dios. Por la influencia que ejerció la literatura clásica de la edad de oro de la cultura griega, con sus eximios autores como Esquilo, Eurípides y Sófocles, encontramos también en la Biblia una ‘Obra de Teatro’ como es el Libro de Job. También las obras de teatro nos sirven para cuestionarnos en la presencia de Dios. Podemos continuar diciendo que en la Sagrada Escritura encontramos mitos como los hay en los primeros once capítulos del Génesis; Apocalipsis; textos legislativos; Epístolas, etc. Lo más genial es el género literario evangélico, producido por la Iglesia apostólica para dotarse de los manuales que necesitaba, para proporcionar a los recién bautizados la iniciación a la fe cristiana que requerían.