Gian Claudio Beccarelli Ferrari
Este 14 de febrero, día de san Valentín, el santo del amor y de la amistad, coincidió con el Miércoles de Ceniza, con el que la Iglesia Católica ha invitado a sus feligreses a comenzar la preparación espiritual para vivir la máxima Solemnidad de la liturgia cristiana, que es la Pascua. En efecto, la noche del próximo sábado 30 de marzo, en el primer plenilunio de primavera, disfrutaremos, gozosamente, de la Vigilia Pascual.
Mediante la liturgia el pueblo católico celebra, de una manera vivencial, su encuentro salvífico con Dios por mérito de Jesucristo, muerto en la cruz y resucitado al tercer día después de haber sido sepultado. La Vigilia Pascual, como lo dice su nombre, consiste en una noche entera de velación, que, en su simbolismo sacramental – nos permite experimentar que la larga noche, que en sí representa nuestra muerte ontológica salario del pecado – resulta vencida por el amor misericordioso de Dios, quien nos acomuna a la resurrección de Jesucristo, nuestro Mesías redentor.
La noche, en la que celebramos la Vigilia Pascual, es, para quienes hemos puesto nuestra confianza en la Palabra de Dios, un manantial inagotable de buenas noticias. Es comprensible, pues, que a lo largo de toda la noche estemos despiertos para hacer memoria de cuántas formas, a través de la historia, Dios nos ha colmado de su amor, escuchando las lecturas bíblicas pertinentes.
La Primera Lectura se refiere a la Creación: Gn 1,1.2-2. Así comienza la primera manifestación del amor de Dios para con el hombre, al haberlo credo, macho y hembra, como un hijo a su propia imagen y semejanza. La Segunda Lectura se refiere a Abraham, el Padre de la Fe, que también es tomada del libro del Génesis: Gn 22,1-18. Presenta la fe madura del Patriarca que ya no duda del amor de Dios ni siquiera cuando Éste, aparentemente, le pide el sacrificio de su hijo Isaac, el hijo de la promesa, porque piensa que, para Dios, nada sea imposible, y que, por lo tanto, le devolvería a Isaac resucitado. La Tercera Lectura es tomada del libro del Éxodo y narra cómo Dios ha salido a liberar gratuitamente con su brazo extendido a su Pueblo elegido, de la esclavitud del Faraón de Egipto: Ex 14,15 – 15,1. Por la Cuarta Lectura le promete Dios a su Pueblo: ‘El que te creó te tomará como Esposa’. Se lo dice por el profeta Isaías: Is 54, 5-14. De esta manera Dios estrena un lenguaje nuevo, afectuoso, dirigido a su Pueblo y que se hará progresivamente siempre más tierno. También la Quinta Lectura procede del profeta Isaías. Es un texto fascinante: Is 55,1-11. Aquí Dios suplica a su Pueblo que le haga caso, porque Él es un Dios que lo ama con pasión y su único interés es llevarlo a la felicidad. Con la Sexta Lectura, tomada del profeta Baruc, Dios le expresa a su Pueblo el celo que lo quema; lo exhorta a no seguir por el camino de la necedad; le exige que busque más bien la sabiduría que le ayude a discernir dónde encontrará la vida en abundancia: Bar 3, 9-15. 32 – 4,4. La Séptima Lectura, la última del Antiguo Testamento, está a cargo del profeta Ezequiel. Consiste en un reproche de parte de Dios a su Pueblo, porque lo ha abandonado vergonzosamente. Sin embargo, le anuncia con cariño que Él no es un Dios rencoroso, y que, aunque su Pueblo no lo merezca, por el amor que Él le tiene, lo recogerá de donde está dispersado y lo purificará. Le dice: te daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo, haré que te conviertas, para que recuperes la Tierra prometida que es tuya y haré que vuelvas a ser mi Pueblo y Yo tu Dios: Ez 36, 16-28.
Las Lecturas del Antiguo Testamento proclamadas durante la Vigilia Pascual ponen en evidencia que Dios, en su fidelidad, no deja de amar a su Pueblo que, de lo contrario, le da la espalda. Esto implica que Dios realice algo extraordinario, algo novedoso, inaudito, como es ‘resucitarlo’. La Lectura de Rm 6,3-11 lo explicita para que los creyentes seamos conscientes de que dicha resurrección, cumbre de la Vigilia Pascual, se cumple mediante la renovación del sacramento del Bautismo, que no es otra cosa que la aplicación a la vida humana de la propia resurrección de Jesucristo, atestiguada por la proclamación del Evangelio, que en este 2024 será el de san Marcos.